Era cierto que la suerte iba y
venía. Después de una buena temporada, aquel año empezó mal y empeoró en
primavera. La mala fortuna se combinaba con otros problemas. Una Skymaster 337
con doscientos kilos de cocaína fue a estrellarse cerca de Tabernas durante un
vuelo nocturno.
Eso puso sobre alerta a las
autoridades españolas, que intensificaron la vigilancia aérea. Poco después,
ajustes de cuentas internos entre los traficantes marroquíes, el ejército y la
Gendarmería Real complicaron las relaciones con la gente del Rif. Varias gomas
fueron aprehendidas en circunstancias poco claras a uno y otro lado del
Estrecho.
Teresa tuvo que viajar a
Marruecos para normalizar la situación. El coronel Abdelkader Chaib había perdido influencia tras la muerte
del viejo rey Hassan II, y establecer redes seguras con los nuevos hombres
fuertes del hachís llevó cierto tiempo y mucho dinero.
Una operación de Transer Naga
terminó en desastre inesperado cuando en alta mar, a medio camino entre las
Azores y el cabo San Vicente, el mercante Aurelio Carmona fue abordado por
Vigilancia Aduanera, llevando en sus bodegas bobinas de lino industrial en
envases metálicos, cuyo interior iba forrado de placas de plomo y aluminio para
que ni los rayos X ni los rayos láser detectaran las cinco toneladas de cocaína
que se ocultaban dentro.
Primero, que tengan esa
información. Segundo, porque llevamos semanas siguiendo los movimientos del
pinche Petrel -la embarcación de abordaje de Aduanas-, y éste no se ha movido
de su base.
el doctor Ramos, fumando con
tanta calma como si en vez de perder ocho toneladas hubiese perdido una lata de
tabaco para su pipa, respondió por eso no salió el Petrel, jefa.
Teresa estaba inquieta con lo del
Aurelio Carmona. No por la captura de la carga -las pérdidas se alineaban en
columnas frente a las ganancias, e iban incluidas en las previsiones del
negocio-, sino por la evidencia de que alguien había puesto el dedo y Aduanas
manejaba información privilegiada.
En ésta nos rompieron bien la madre, decidió. Se le ocurrían tres fuentes para el picazo: los gallegos, los colombianos y su propia gente. Aunque sin enfrentamientos espectaculares, seguía la rivalidad con el clan Corbeira, entre discretas zancadillas y una especie de aquí te espero, no haré nada para tiznarte pero como resbales ahí nos vemos.
Quedaba, como tercera
posibilidad, que la información saliera de Transer Naga: En previsión de eso,
era necesario adoptar nuevas precauciones: limitar el acceso a la información
importante y tender celadas con datos marcados para seguir su pista, a ver
dónde terminaban.
-¿Has pensado en Patricia?
-preguntó Teo. -No friegues, güey. No seas cabrón.
-No digo que esté pasando
información a nadie -dijo Teo-. Sólo que se ha vuelto habladora. E imprudente.
Y se relaciona con gente a la que no controlamos.
Teresa miró hacia el exterior, la
luz de la luna filtrándose entre las hojas de parra, los muros encalados y los
vetustos arcos de piedra: otro lugar que le recordaba a México. De ahí a
descubrir cosas como la del barco, respondió, hay mucho trecho.
-Aguantará. Sabemos mucho sobre
él. -No siempre saber es suficiente -Teo hizo un gesto mundano-. En el mejor de
los casos, eso puede neutralizarlo; pero no obligarlo a seguir... Tiene sus
propios problemas. Demasiados policías y jueces pueden asustarlo. Y no es
posible comprar a todos los policías y a todos los jueces -la miró con fijeza-.
Ni siquiera nosotros podemos. -No pretenderás que agarre a Pati y le haga echar
el mole hasta que nos cuente lo que dice y lo que no dice. -No. Me limito a
aconsejar que la dejes al margen. Tiene lo que quiere, y maldita la falta que
nos hace que siga al corriente de todo. -Eso no es verdad. -Pues de casi todo.
Entra y sale como Pedro por su casa -Teo se tocó la nariz significativamente-.
Está perdiendo el control. Hace tiempo que ocurre. Y tú también lo pierdes...
Me refiero al control sobre ella. Ese tono, se dijo Teresa. No me gusta ese
tono. Mi control es cosa mía. -Sigue siendo mi socia -opuso, irritada-. Tu
patrona.
-Nos conocemos bien -apuntó al
fin-. O nos conocíamos. Por eso sé lo que digo. Desde el principio ella sabía
qué iba a pasar entre tú y yo... No sé lo que hubo en El Puerto de Santa María,
ni me importa. Nunca te lo pregunté. Pero ella no olvida.
Era algo más que un problema,
comprobó Teresa en la sala de urgencias del hospital de Marbella. La escena
resultaba propia de sábado por la noche: ambulancias afuera, camillas, voces,
gente en los corredores, trajín de médicos y enfermeras.
Encontraron a Pati en el despacho
de un jefe de servicio complaciente: chaqueta sobre los hombros, pantalón sucio
de tierra, un cigarrillo medio consumido en el cenicero y otro entre los dedos,
una contusión en la frente y manchas de sangre en las manos y la blusa. Sangre
ajena.
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