Teresa estaba en el puerto a lado del
doctor, viendo pasar los helicópteros con el cargamento, mil quinientos kilos
de colorhidrato de cocaína, en espera de que aterrizaran en cualquier momento.
Antes de entregar aquel cargamento se
detuvieron a tomar algo, pero en ese momento, mientras Mendoza buscaba los
cigarrillos de su chaqueta se estacionó un auto nissan verde con blanco, eran
los de la Guardia Civil y nerviosos trataron de cubrir a la patrona, quien
tranquilamente dijo –tranquilos, hoy no será el día en que nos chinguen–.
Anteriormente ya había tenido un
encuentro con dos agentes de la Guardia Civil que la fueron a visitar a su casa
para interrogarla sobre sus acciones en el import-export konstantin y
prevenirla, o más bien, amenazarla sobre la colaboración de la Guardia con la
DEA Norteamericana para la investigación de un cargamento de quince toneladas
de permanganato de potasio en el puerto caribeño de Cartagena, sin embargo a
ella poco pareció preocuparle ante los ojos de los agentes. Uno de los agentes
continuó cuestionándola, quizá de ese modo la intimidaba, le hizo mención del
cañabota preguntándole si se le sonaba, así como el hachís, la cocaína, los
colombianos y los gallegos.
En noche buena, Teresa les dio el día
libre a su gente, sólo se quedó con su hombre de confianza, Pote Gálvez, el
único con quien compartía aquel recuerdo de Sinaloa y esa noche comenzaron a
recordar.
El capítulo describe sus encuentros
amorosos con Teo, alguien que le gustaba por ser culto y que a menudo la hacía
reír y olvidarse de sus problemas pero ella estaba consciente que su relación
no podía ir mas allá de sus negocios con la droga.
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